por Jorge Montealegre
escritor e investigador de la Universidad de Santiago
Lo vimos en Internet: cuatro soldados norteamericanos, vestidos con uniforme de camuflaje, orinando sobre los cadáveres de tres “insurgentes talibanes” que habían sido abatidos por los mismos que mean y se ríen en el video. -"Espero que te guste la ducha", dice uno de ellos. Un quinto soldado graba la escena. Y la colgó en la red. Las imágenes de los cazadores fotografiándose con su trofeo, recordó de inmediato aquellas tomadas también por soldados norteamericanos en la cárcel de Abu Ghraib, en Bagdad, en las que se ve a prisioneros iraquíes degradados. Parte de la tropa posó, sonriente y orgullosa, junto a los torturados. ¿Narcicismo, estupidez, banalidad, sadismo? No lo sé, pero podemos ver las imágenes y formarnos nuestra propia opinión sobre ellas.
Más cerca, en una imagen reciente, un carabinero golpea con su arma a una mujer de la comunidad mapuche José Jineo Ñanco. La señora intenta defender a otra comunera que lleva en sus brazos a un bebé. -“¡Está con la guagua!”, le gritan, para que suelten a la madre y su niño. El carabinero, de “fuerzas especiales”, se zafa de la mujer que interviene a favor de su pariente y le pega con su arma como si esta fuera un garrote; luego, le apunta amenazándola. Ella retrocede, espantada. Vimos la escena porque alguien de la misma comunidad registró el episodio, cuya grabación dura hasta que otro policía se acerca a la cámara para evitar que se siga grabando. Igualmente se compartió en la red.
Mientras la policía apuntaba con armas, alguien, a su vez, los apuntaba con un teléfono celular.
Crecientemente, el teléfono móvil ha pasado a ser un instrumento-utensilio como lo es una cuchara o los anteojos, especialmente entre la juventud que crece en esta vertiginosa revolución tecnológica que achica para unos y amplía para otros el mundo. Son principalmente nativo-digitales y entre ellos(as) están quienes marcharon en el 2011 como “indignados” por diversas causas y distintas avenidas del planeta. Nunca antes los y las manifestantes habían cumplido tan masiva y y de manera simultánea los roles de actores y espectadores de su protesta.
Tampoco habían contado naturalmente, como si fuera una extensión de sus cuerpos, con una cámara fotográfica o de video –un teléfono celular- para grabar y comunicar algo excepcional, dejar testimonio de que se estuvo “en el lugar de los hechos”: grabar para recordar el acontecimiento vivido y recordarse en él. El registro, puesto en la red, además retroalimenta al movimiento para autoconvocarse a otras manifestaciones y para hacer nuevos registros, creando así el círculo virtuoso de las marchas estudiantiles: del océano virtual al mar humano. Así, la masividad de los dispositivos móviles impuso, casi por sentido común, la necesidad del registro en imágenes. En el lugar cada manifestante devino un potencial reportero de su propia marcha.
La intencionalidad de cada cobertura varía, haciendo evidente que además de las grabaciones lúdicas y demostrativas de masividad hay un uso escrutador ciudadano para vigilar la actuación de las autoridades y de vigilancia (desenmascaramiento de infiltrados, constatación de lesiones producto de la represión policial, etc.) con un propósito divulgador que compensa los énfasis oficiales en el uso de las imágenes por los medios establecidos. Registrar es una forma de autodefensa ciudadana que altera, adicionalmente las formas de hacer política: la tradicional “agitación y propaganda” cambia cuando se hace con más celulares que células partidistas.
Desde esta perspectiva es preocupante que –asociando movilización social con terrorismo- el gobierno haya propuesto una Ley Antiprotesta en cuyo proyecto “permite a las fuerzas de Orden y Seguridad consignar la existencia y ubicación de fotografías, filmaciones, grabaciones y, en general, toda reproducción de imágenes, voces o sonidos que se hayan tomado, captado o registrado y que sean conducentes para esclarecer los hechos que constituyan o puedan constituir delito y obtener su entrega voluntaria o una copia de las mismas.” Percibida como un subproducto de las movilizaciones, es una medida literalmente reaccionaria que evidencia y niega al mismo tiempo este ojo plural y convierte en objetivo policial al que esté capturando imágenes. Y es comprensible porque a quienes abusan del poder siempre les preocupará que alguien los mire y los exponga en la plaza pública, que hoy es virtual y –sin olvidar que también puede ser censurada- es prácticamente infinita.
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