A mediados de los ochenta, cuando yo era un adolescente de unos quince años, visitaba ocasionalmente la casa de un conocido de mi edad. En esa casa vivía su madre, una comerciante de carácter fuerte; su padre, un ex carabinero, muy conversador, simpático y, lamentablemente, alcohólico; y sus dos hermanas adolescentes, bastante pesaditas de carácter.
También, de vez en cuando veía una niña, de unos 10 o 12 años, que parecía emerger como un fantasma tímido. Se asomaba al living, vestida con ropas viejas. Era evidente que no pertenecía a la familia: su piel era más morena, su cabello estaba revuelto y su sonrisa, fugaz. Nunca supe su nombre, pero la mirada de sus grandes ojos, asustadizos y en constante búsqueda de algo que nunca halló en esa casa, se quedó grabada en mi memoria.
Mi conocido y sus hermanas la trataban con gran desprecio; la llamaban «trompuda» y se burlaban de ella, dándole órdenes de forma brusca, como si fuera un objeto inanimado. Su falta de respeto persistía incluso en presencia de visitas.
En mi inmersión en la adolescencia Asperger, no lograba comprender esa dinámica, aunque me generaba inquietud. Me preguntaba: ¿Qué hacía ella allí? ¿Era familiar lejana o empleada? Nunca lo averigüé. Dada la pobreza del barrio, supuse que quizás era una vecina que acudía a la casa a cambio de un pago o comida por realizar ciertas tareas.
Aparentemente, la madre de mi conocido no la insultaba, sino que le daba órdenes de forma tajante. Sin embargo, el crudo invierno reveló la verdad una tarde.
Esta señora, cuyo negocio se centraba en la venta de ropa de lana artesanal, solía viajar a otras comunas para conseguir su mercadería. El sol ya se había ocultado mientras yo conversaba con mi conocido cuando ella arribó de un largo viaje junto a sus dos hijas, manifestando su impaciencia tocando la bocina repetidamente.
La niña se apresuró a abrir los portones de fierro, asegurados con una cadena y un candado. Luchando contra el frío y la cadena oxidada con sus pequeñas manos temblorosas, la mujer le gritaba para que se diera prisa. Repentinamente, el motor rugió; la mujer, impaciente, aceleró chocando el portón. El impacto soltó la cadena de golpe, y una de las hojas del portón golpeó la mano de la niña, arrojándola al suelo.
La pequeña se levantó aterrorizada, llorando, se agarró el brazo y corrió hacia el interior de la casa. Desde el auto, la mujer seguía gritando, sin mostrar la menor preocupación por el bienestar de la niña indefensa.
El tiempo transcurrió, y con él, el recuerdo de la niña se desvaneció, sin que nunca supiera qué fue de ella.
Años después, la familia compró otra casa donde se mudó y daban el servicio de hospedaje en una casa paralela. Para ayudar con el trabajo, contrataron a una empleada, una mujer de unos veintitantos años de origen rural y de modales muy rústicos. Aunque también era víctima de maltrato verbal por parte de mi conocido y sus hermanas que mantenían el mismo comportamiento, esta mujer no se quedaba callada, sino que respondía y se defendía y de seguro no les aguantaría el maltrato físico.
Fue en ese instante cuando reaccioné y comprendí que, al igual que a esta mujer, a la niña que había visto antes probablemente la habían traído del campo. En aquel momento, en esa casa, me había llamado la atención que el rostro de la niñita parecía manchado. Ahora entiendo que aquellas marcas no eran simples manchas, sino moretones producto de los golpes infligidos por aquellas personas abusivas.
En Chile, es un secreto a voces la explotación de los pobres por parte de quienes poseen un estatus económico ligeramente superior. Existen casos en los que personas traen a sus propios parientes desde áreas rurales para emplearlos como personal de servicio doméstico. Ellos creen estar haciendo un gran favor al ofrecerles alojamiento y sustento en la ciudad, a pesar de pagarles salarios miserables y someterlos a maltratos. De esta manera, disfrazan sus abusos como actos de caridad.
Gente de mierda no más, no eran ni tan bonitos para tratar «trompuda» a esa niña indefensa. Debí haberle contado a alguien para que me ayude a denunciarlos.












































